Al preguntarle cuál es la mayor enseñanza que le ha dejado la vida hasta ahora, responde de inmediato: «Me ha enseñado a vivir»

Paula Lerma García o Paulita, como la llaman de cariño, nació el 8 de marzo de 1914, hace un siglo y 10 años, por lo que sería la persona más longeva de Nuevo León que se conoce hasta ahora.

El último registro, dado a conocer en enero pasado, es el caso de Belia Torres Aguirre, de 106 años, del municipio de Santiago.

A Paulita le celebraron su cumpleaños el viernes pasado en su domicilio ubicado en la Colonia Chapultepec, en San Nicolás. Lo hicieron con un mes de retraso porque sufrió una caída semanas atrás y apenas comienza a recuperarse.

“Pero como quiera estoy bien”, expresa con serenidad. “Para la edad (que tengo), estoy bien”.

Originaria de un pequeño municipio llamado Güémez, en Tamaulipas, Paulita y sus hermanos quedaron huérfanos desde muy pequeños, por lo que fueron criados por sus tíos.

 

“¿Cuál es el secreto para vivir 110 años, doña Paulita?”.

Es necesario hacer la pregunta con voz muy alta y cerca de su oído para que pueda escuchar con claridad y, una vez que lo hace, se queda pensativa por unos segundos, después eleva la mirada y entre risas exclama:

“¡Hacer el quehacer!”.

De mirada profunda y sonrisa contagiosa, la mujer vivió gran parte de su vida en, donde se casó con Pedro Aguilar y tuvo tres hijos: Pedro, Martha y Magda, actualmente de 79, 76 y 71, respectivamente.

“Es una bendición tenerla y cuidarla”, dice su hija Magda con la voz entrecortada, intentando contener el llanto.

“Ha sido bien trabajadora, bien luchista, siempre fue muy dedicada a trabajar y a vernos a nosotros”.

Estudió hasta tercero de primaria. Ya casada, trabajó junto con su esposo en los molinos de nixtamal que tenían. La labor era pesada, aún no existían tortillerías.

Con esa tenacidad que la caracteriza, impulsó a su hijo a mudarse a Nuevo León en busca de una mejor calidad de vida.

Desde entonces, Paulita vive con sus hijos, quienes aseguran que todavía a los 100 años se despertaba y lo primero que hacía era ir a la lavandería para encargarse de la ropa sucia y después a la cocina para preparar los alimentos.

“Me gusta hacer el quehacer porque no me gusta estar sin hacer nada”, expresa con seguridad, aunque luego su hija corrige que ya no puede hacer estas tareas, pero es una idea que le gusta conservar para sentirse bien consigo misma.

UNA VIDA TRANQUILA

Su familia cuenta que la longevidad es un rasgo del árbol genealógico, aunque todos los hermanos de Paulita ya fallecieron.

La rectitud en su forma de vida, con buena alimentación y sin alcohol ni tabaco, así como la fortaleza de su cuerpo, sugieren, han sido elementos clave.

No tiene ninguna enfermedad, camina con apoyo de un andador y apenas hace unos seis meses comenzó a mostrar problemas de pérdida de memoria.

“A veces se me quitaba la idea (de vivir tantos años), pero yo no me siento enferma”, expresa la mujer y entre risas agrega: “Tengo que durar”.

Sus días transcurren con bastante calma, pero siempre dedica un tiempo a salir al porche de su casa y a veces pasea en el parque con apoyo de alguien más.

Todavía disfruta de comer todo tipo de alimentos, incluso la pizza y, aunque ya no cocina, su familia recuerda la gran habilidad que tenía para preparar gorditas de azúcar.

Durante su vida adulta tuvo la oportunidad de viajar a diferentes partes de México en compañía de sus hijos.

“¡En avión!”, destaca con emoción Paulita, quien hoy tiene seis nietos, cinco bisnietos y un tataranieto.

Al festejo asistieron algunos integrantes de su familia, vecinos y amigos.

Con agradecimiento por sus 110 años, Paulita aconseja “estar buena y sana”, pues sólo así se puede hacer el quehacer, que para ella es la clave para vivir mucho.

Y al preguntarle cuál es la mayor enseñanza que le ha dejado la vida hasta ahora, responde de inmediato: “Me ha enseñado a vivir”.

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