EL MUNDO.-Tras enronquecer durante años con sus protestas, la última vez que unieron sus voces las 600 trabajadoras de la fábrica taiwanesa de Kin Tai, en Camboya, fue en un improvisado grito de alegría. Después de un lustro de lucha sindical, las mujeres que cosen los jeans Armani -que cuestan en Occidente más que sus salarios mensuales- acababan de recibir algo poco frecuente: una buena noticia. La empresa se comprometió con Armani a instalar un sistema de irrigación que salpique agua sobre las planchas metálicas que hacen de tejado, aliviando unas décimas la temperatura infernal que registra la fábrica y donde cosen hasta 14 horas seguidas para amasar un sueldo de apenas 100 euros al mes.

¿Una excesiva muestra de alegría? No para unas mujeres agotadas -entre 30 y 40 visitas diarias a la enfermería, según una investigación del Phnom Penh Post– sometidas a horarios extenuantes y que terminaban desvaneciéndose de calor y agotamiento, repitiendo la pauta que marca desde hace cinco años la vida de las camboyanas, obligadas a trabajar -literalmente- hasta el desmayo.

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