SIN EMBARGO.- En 1999, cuatro balas de metralleta acabaron con la vida de Paco Stanley. Con su muerte millones de mexicanos quedaron huérfanos de su tristemente célebre “gallinazo”. Sin embargo, los expósitos no sólo fueron del bando de los televidentes, sino también de quienes siguieron y siguen sus pasos en la industria de la televisión. Su humor continúa disecadpaco-stanley-1o en decenas de discípulos del “qué lindo soy, qué bonito soy, cómo me quiero…”.

La muerte de Paco Stanley no sólo mostró la ligereza moral con la que galopan las estrellitas de televisión, sino que también evidenció la bajeza de la que es capaz esta industria. Lo más triste es que el grueso de televidentes ni siquiera se dio cuenta.

Aunque ese día estuvo nublado, aquel el 7 de junio de 1999 no cayó ni una gota de agua en el Distrito Federal.

Esa mañana, Stanley terminó su programa “Una tras otra”, que se trasmitía desde TV Azteca. Antes de irse de la televisora, se dio tiempo para dar la “patadita de la suerte”- aunque bien podría tomarse como un beso del diablo- a un espacio televisivo inmediato al suyo.

Poco después, se dirigió a la taquería El Charco de las Ranas, donde desayunó con su patiño Mario Rodríguez Bezares, la edecán Paola Durante y el reportero de espectáculos Jorge Gil.

Cuando terminaron, Stanley y Gil salieron primero y subieron a la camioneta Lincoln Navigator del padre del “Kiskiriskiskis”. “Mayito” se quedó en el baño. Minutos después, un hombre vestido de traje se les acercó y disparó con una ametralladora. Gil fue herido en una pierna, mientras que el agente de seguros, Pablo Hernández, murió al ser alcanzado por una bala perdida. Su esposa y un acomodador de autos también resultaron lesionados.

Luego, el pistolero cruzó la avenida por un puente peatonal, se subió a un auto que lo esperaba del otro lado y huyó.

Cuatro balazos en la cabeza ocasionaron la muerte de Stanley. Es decir, le dispararon con enjundia. Uno en la mejilla, otro en el cráneo, uno más le reventó ambos ojos y la última quedó alojada en el tabique nasal. A excepción del tiro en la nariz, los disparos atravesaron la testa del creador de “Susanita tiene un ratón”.

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