ABC.- No importa el sueldo o el cargo que ocupen. Pilotos, copilotos, asistentes de vuelo, mecánicos, personal de carga de mercancía…
Más de cien empleados del aeropuerto internacional de Los Ángeles han decidio establecer su hogar en el párking del complejo, agotados del largo trayecto que debían realizar hasta llegar a sus casas o abrumados por el alto precio de los alquileres en California.
El estacionamiento parece ahora una ciudad en sí misma, formada por un número enorme de caravanas, con el permiso de las autoridades del aeródromo, pero pagando un alquiler inferior a 100 dólares al mes.
Vivir en el estacionamiento B era la única medida posible para estos trabajadores antes de dejar sus empleaos o desplazar a sus familias para algo que podía ser temporal.
«Este es el precio de ser piloto hoy día», comentaba un trabajador de 45 años de la aerolínea Alaska Airlines a BBC Mundo, de nombre Todd, que cuenta con una esposa y un hijo de 7 años viviendo en Fresno, a cuatro horas en coche de Los Ángeles. Su sueldo asciende a 70.000 dólares al año y vive en un tráiler del año 1973 que pertenecía a su padre. «Quise ser piloto toda mi vida. Esto puede ser horrible, pero tengo que tengo que cubrir las necesidades de mi familia y me fascina pilotar», explicaba.
Aunque sueldos como este no son una excepción, el aspecto de este pequeño pueblo de casas rodantes se parece mucho a muchos de los barrios más desfavorecidos del extrarradio de las ciudades estadounidenses, o de un camping a pleno rendimiento en una ciudad costera.
El paisaje es descrito por los medios de comunicación como «desolador». Un conjunto de caravanas blancas y beige sobre el asfalto de la pista sur del aeropuerto, con las ventanas tapadas con papel oscuro para poder dormir de día, no es lo que se dice una urbanización con un parque cerca.
Y a esto hay que añadir, por supuesto, el continuo ruido de los aviones sobrevolando las caravanas a pocos metros de altura, aunque sus habitantes se hayan acostumbrado ya. La mayoría de estos residentes son hombres que han dejado a sus familias lejos incapaces de asumir los gastos del traslado, pero también hay algunas algunas parejas y mujeres. Todos ellos aprovechan un gimnasio cercano para, no solo hacer deporte, ducharse allí y ahorrar agua.





