
DESDE HACE AÑOS, me considero un pesimista documentado. A los gobiernos, texanos y tamaulipecos, en 30 años, no les interesa el pueblo, y menos los más pobres.  Por ello, ahora, con la crisis de los niños centroamericanos que llegan al Norte de Tamaulipas, o al Valle de Texas, no tengo grandes esperanzas. Los políticos hablarán, pensando en ellos, en sus cuentas bancarias, en sus partidos, no habrá soluciones de fondo, y luego el olvido. México seguirá siendo el basurero de las equivocaciones gringas.
Para miles de niños y adolescentes centroamericanos, la única esperanza de un mejor futuro se encuentra en los Estados Unidos. ESTO NO ES RECIENTE, comenzó a intensificarse en 1980, con el triunfo de los sandinistas en Nicaragua, el levantamiento armado del Frente Farabundo Martí en El Salvador y la guerrilla eterna de Guatemala.
Los gobiernos de USA alentaron la corrupción, el crimen en el área. Fue un acto irresponsable.
Las señales de alarma fueron ignoradas hasta que la realidad desbordó a las autoridades. Desde 2007 el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), advirtió sobre el incremento en los índices de violencia y el desplazamiento de poblaciones enteras, de Chiapas a Nicaragua.. Las bandas criminales diversificaron sus negocios, incrementaron sus ganancias y tomaron el control de los territorios desde donde intentan escapar estos pequeños refugiados.
Si la violencia, en todas sus expresiones empuja a los menores desde el Sur, la promesa de reunirse con el papá o la mamá que apenas conocen por fotografías, los llama hacia el Norte. Con los ataques del 11 de Septiembre en Las Torres Gemelas, más de 12 millones de indocumentados que viven y trabajan en Estados Unidos, quedaron atrapados. Si salen, es casi imposible regresar. Adentro, mantienen los jardines, las cocinas y los campos de una sociedad que los utiliza pero, rechaza su presencia. Todo bajo la constante amenaza de ser deportados, destino que han encontrado más de 2 millones de personas durante la administración del Presidente Obama.
DESDE 2004, nadie sabe con exactitud cuántos niños salen desde Centroamérica porque muchos mueren en el intento por alcanzar la frontera o terminan reclutados por el crimen organizado pero, el gobierno estadounidense calcula que para finales de este año, hasta 95 mil menores de edad ingresarán a territorio americano sin la compañía o la protección de un adulto.
Este éxodo infantil representa uno de los capítulos más oscuros en la historia de una región que ha visto su buena cuota de tragedias. Los gobiernos centroamericanos, y el gobierno mexicano en el Sureste, son incapaces de generar condiciones mínimas de bienestar para los más necesitados. Históricamente México expulsa y explota a los migrantes, mientras el encono político en Estados Unidos, enreda hasta la operación humanitaria en la frontera. AHORA RICK PERRY, el gobernador texano, se sabe apoyado por grupos conservadores y alentará la militarización en la frontera con Tamaulipas.
ES ALGO DESGARRADOR: quienes más apoyan a PERRY son los descendientes de los mexicanos que ahora están en Texas. Los llamados chicanos o pochos.
Los jóvenes que se entregan a las autoridades migratorias, pasan días hacinados, durmiendo en el piso helado, sin la posibilidad de limpiarse el sudor del trayecto, bajo la custodia de agentes armados. Ahí permanecerán hasta reunirse con sus familiares como ocurre en la mayoría de los casos o hasta ser entregados a casas hogar mientras se resuelve su situación jurídica. Ante la falta de ayuda oficial, las familias que llegan con niños a la frontera, terminan en refugios montados por grupos religiosos o en las estaciones de autobús, dibujando una postal inesperada para un país construido por inmigrantes.
Ni la Casa Blanca, ni los republicanos quieren aceptarlo pero, la realidad es que la mayoría se quedará en los Estados Unidos, aprovechando los vacíos legales de un sistema migratorio caduco, que el congreso ha sido incapaz de actualizar.
La crisis humanitaria no empieza y desafortunadamente, no terminará con los niños de la frontera. Su presencia simplemente hace visible una situación que lleva años cocinándose a fuego lento, llenando de billetes las bolsas de delincuentes, autoridades y empresarios de uno y otro lado de la frontera.
Todos se enriquecen en la ruta del migrante menos quienes la recorren. Primero los criminales a cargo de una sofisticada operación que les permite ofrecer paquetes de tránsito que van desde el modesto paso a pie, hasta la renta de lugares en aviones privados. Las autoridades que toleran la existencia de estas redes criminales siempre y cuando reciban parte de las ganancias y finalmente, los contratistas privados en Estados Unidos que reciben millones para asegurar una frontera militarizada y albergar, en condiciones oprobiosas, a cientos de miles de inmigrantes criminalizados por el sistema que mantiene su cabildeo en Washington.
Dónde están sus padres, nos preguntamos todos. Están en cualquier parte de USA o Tamaulipas, atrapados entre la necesidad y la angustia de no contar con otra opción más que arriesgar la vida de sus hijos para salvarla.
		

