Por La Pasajera
Son las ocho de noche y el sol apenas se está ocultando, la noche caerá en cualquier momento, pero el calor sigue como si fueran las tres de la tarde, la gente que anda en la calle se ve desesperada por llegar a su hogar a bordo de la Hummer amarilla.
En la parada de Soriana Plaza Fiesta se encuentran cerca de dos decenas de personas esperando las diferentes rutas de microbuses de la ciudad que los transportan de un lado a otro.
De un jalón la mayoría abordó la ruta de la colonia las culturas, el microbús no estaba en las mejores condiciones: los asientos se caían, los tubos estaban oxidados y las ventana arriba pese a la intensa calor.
Entre el grupo sube una pareja de ancianos que esperaban les otorgarán un lugar, pero para su sorpresa los otros tripulantes no respetaron los primeros asientos que están destinados para personas de la tercera edad, mujeres embarazadas y personas discapacitadas.
Malhumorado, el señor es uno de esos abuelitos gruñones que sin pena y con voz fuerte le dijo a una joven que ocupaba primer asiento:
«Oiga le puede dar el asiento a mi señora»
A la joven no le quedó más remedio que levantarse para ceder su lugar a aquella anciana que a duras penas se podía sostener con apoyo de un bastón tomó asiento con placidez para no seguir soportando los brincos del destartalado microbús.
Más adelante en la avenida solidaridad aborda una señora como de cuarenta y tantos años, desde que sube al microbús de color amarillo llama la atención de los demás pasajeros ya que se veía que la mujer no portaba sostén, por lo que se le notaba todo, iba aventando la luz larga.
Como de adrede el joven que iba al volante le pisaba más fuerte al acelerador del camión, y en cada bache que caía a la mujer le saltaban los pechos en libertad, pero a ella parecía no importarle, se le notaba cómoda bajo la mirada morbosa de los mirones de microbús.
«Esta sabrosa la ñora no?» Pregunta un adolescente espinilludo de esos que no se componen ni con Asepxia.
Unos minutos más tarde, cerca del apestoso canal de la colonia Juárez los ancianitos piden la bajada, el chofer no se detiene y el viejito vuelve a gritar ya enojado:
«Bajan joven o está sordo que chingados».
El señor ayuda a su mujer a bajar, ella pisa contiendo mientras el chofer mira el reloj y se desespera pues sabe que recibirá multa del checador.Apenas bajan los dos abuelitos la pesera sigue su camino a toda velocidad, como alma que lleva el diablo.





