A Piwa siempre le atrajeron los vampiros al grado de que murió en un rito en el que buscaba convertirse en uno de ellos.
Sus amigos lo recuerdan como un joven sociable, aunque su aspecto era más bien de alguien introvertido. Trabajaba en un restaurante de la Plaza de la Tecnología donde convivía diariamente con adolescentes que compartían sus gustos por el anime, los vampiros, el arte gótico, el pelo de colores, los videojuegos y las perforaciones corporales.
El lunes se reunió con cinco de sus amigos; la cita sería para llevar a cabo un ritual de iniciación. Edwin pretendía formar parte del culto llamado Los Hijos de Baphomet, una deidad que se dice adoraban los caballeros templarios hace unos 900 años.
Esta pequeña secta local con tintes satánicos, cuyos escasos miembros se nutrían de información encontrada en redes sociales y libros de segunda mano, le ofreció tomar parte de sus actividades, así que se reunieron en el interior de un cibercafé llamado “Freak Shop”, ubicado a una cuadra de la catedral, justo a espaldas de la sede del Congreso local.
Lo que Piwa, como lo llamaban casi todos los que lo conocían, no sabía, es que todo era un engaño.
El líder del grupo, cuya identidad no ha sido revelada por las autoridades, convenció a sus tres seguidores de que debían matarlo en un ritual de sacrificio, luego él lo resucitaría convertido en un vampiro, así lo informó oficialmente la fiscalía estatal luego de tomar declaración ministerial a los involucrados en el hecho.
No “regresó”. Ya en el sitio se introdujeron en el baño, lo ataron y sujetaron fuerte. En esa zona, después de las nueve de la noche no hay gente en las calles, así que es difícil que alguien escuchara los gritos. Con una botella de vidrio lo golpearon para luego estrangularlo, reveló la autopsia.
El rito a Baphomet —que ha sido representado como una criatura con cabeza de cabra de largos cuernos, tórax de hombre y piernas con pezuñas— no logró su cometido: el joven nunca volvió a la vida, su cadáver quedó inerte en el sanitario.
Sus asesinos declararon a las autoridades que esa noche no habían consumido ninguna sustancia.
Iveth Nayeli López Hernández, de 18 años, estudiante; Gustavo Adolfo Dorantes Dorantes, de la misma edad y empleado del lugar; Omar Sánchez García, “El Osiris”, de 25 años y dueño del negocio, y el líder del culto decidieron deshacerse del cuerpo.





