Camino a los Estados Unidos los fronterizos encuentran a su paso la invasión del ambulantaje y toda suerte de pedigüeños que sitian los cruces internacionales desde temprana hora en busca de «hacer la cruz».
Se trata de un ejército de hombres y mujeres, ancianos y niños, sanos y enfermos, completos y en algunos casos a la mitad, que se disputan unas monedas en los ciudadanos interesados en cruzar legalmente a la ciudad de Brownsville.
Ya sea vendiendo fruta con Chile -a razón de 20 pesos el caso-, chicharrones de harina -10 la bolsita- cuadros de Frozen, figuras de Peppa, adornos navideños o lentes de imitaciones, los comerciantes ambulantes torean los vehículos y encuentran clientes entre la serpiente de autos que avanza hacia el puente Puerta México a paso de tortuga por las exhaustivas revisiones de los agentes de Inmigración y Aduana de los Estados Unidos.
A diferencia de los mercaderes que hasta persiguen los vehículos para concretar la venta, operan también los pedigüeños que explotan el mercado de la lástima para obtener una moneda por parte de los ciudadanos.
Ya sea la pareja con un niño de brazos dormido -o sedado- que con ojos de mortificación mira hacia los conductores, el anciano macilento y sucio que estira una manos de uñas ennegrecidas o en hombre que con la sonda de fuera y una bolsa llena de orines se dedica a explotar su enfermedad para obtener algo de dinero.
Mención especial se merece entre ese mar de rostros e historias el caso de Chucho, un veinteañero que con agilidad se desplaza entre los vehículos a bordo de una patineta, con sola la mitad del cuerpo, y las palmas raspadas de tanto impulsarse.
Y dónde está la patineta? Le preguntan los conductores cuando a falta de piernas lo ven desplazarse sólo sobre sus manos.
«Hoy la deje abajo de puente me metí Sin que me viera guardia».
Avanza la tarde y la fila también. Después de las casetas se va quedando atrás la invasión del ambulantaje, las historias tristes de los limosneros, la miseria aplastante y empiezan a asomarse las primeras tiendas de la calle Elizabeth y el beligerante consumismo del primer mundo.





