EL MUNDO.- Hillary Clinton por fin ha dado la cara. Nueve horas ha tardado en hacerlo, nueve horas en salir en público admitiendo su derrota después de que Donald Trump se adjudicara la victoria en las elecciones presidenciales
de Estados Unidos. Sonriente, visiblemente emocionada, al borde de la lágrima en varias ocasiones, la derrotada candidata dio una de cal y otra de arena. Por un lado, admitió abiertamente la victoria de Trump, reconoció que será su presidente, indicó que deseaba que la transición de poder sea pacífica y se ofreció a colaborar con el millonario por el bien de América, «un país más profundamente dividido de lo que creíamos». «Debemos aceptar este resultado y mirar hacia el futuro», ha dicho.
Pero, al mismo tiempo, Hillary defendió en todo momento los valores y convicciones demócratas e hizo numerosos llamamientos a sus seguidores a no renunciar jamás a sus más arraigados principios ideológicos. «Nunca dejen de luchar por lo que es justo», les encomió con energía. «Aseguraros de que vuestras voces se sigan oyendo», sentenció. «El sueño americano es lo suficientemente grande para acoger a todos, con independencia de su raza, religión o género», subrayó en otro pasaje, acogido con sonoros vítores por sus seguidores. «Si permanecemos unidos llegarán días mejores».
Clinton se deshizo asimismo en elogios a los Obama y reconoció que la de derrota ha sido «dolorosa» y que lo será «por mucho tiempo». Y concluyó su emotivo discurso dirigiéndose a las jóvenes estadounidenses que habían depositado su confianza en ella y que esperaban que la candidata hiciera historia convirtiéndose en la primera mujer en ocupar la Casa Blanca en 227 años. «Decirles que de lo que más orgullosa me siento es de haber sido su inspiración. Todavía no hemos roto el techo de cristal más alto y difícil, pero algún día alguien lo hará y seguramente antes de lo que pensamos».





