
He conocido muchos hombres con los que he tenido romances. Pablo, Mario, Julio, Octavio… pero nadie como mi Gabo. Recuerdo con entrañable alegría y el singular olor al primer libro que llego a mis manos de este amor: “Cien años de soledad”. Era de mi madre, es de mi madre aunque lo tenga escondido entre mis preciadas joyas literarias; mas mi bella rival insiste que si el Coronel va a tener a alguien a quien escribirle será a ella. Sus páginas, su color, sus letras, Macondo, fueron como de esas cosas favoritas que no sabes que lo son hasta que lo pruebas y piensas que no habrá nada que te guste más que ello.
“De amor y otros demonios” el favorito de mi hermana, y una frase que me menciona muy a menudo «No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad». “La hojarasca”, novela que hace sonreír a mi instructor de supervivencia mientras charlamos de obras en las coloridas paredes de su consultorio pensando que tengo tan mala suerte como Candida Erendira. Y “Amor en tiempos del cólera” con la que mi querida Karen y yo hemos soñado encontrar un hombre que nos ame con el mismo fervor que el protagónico de este. Hablaba de política, de filosofía, de vida y hasta de “una pinche mesa” donde escribió una gran novela.
No temía al que dirán y no le importó lo que tenían que decir. Conversó desde el Papa hasta Fidel y fue el colombiano más mexicano que hasta decidió acabar sus días en mi hermosa patria. Luchó contra la muerte, contra el cáncer y contra el olvido y a los tres los conquistó con un: “Hace más de un año fui sometido a un tratamiento de tres meses contra un linfoma, y hoy me sorprendo yo mismo de la enorme lotería que ha sido ese tropiezo en mi vida.
Por el temor de no tener tiempo para terminar los tres tomos de mis memorias y dos libros de cuentos que tenía a medias, reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde
. Durante ese tiempo, ya sin medicinas de ninguna clase, mis relaciones con los médicos se redujeron a controles anuales y a una dieta sencilla para no pasarme de peso. Mientras tanto, regresé al periodismo, volví a mi vicio favorito de la música y me puse al día en mis lecturas atrasadas”. Gabito, hace un año te uniste al infinito y se te extrañamos en este mundo de miserias y de olvidos pero no hubo “mala hora” o “putas tristes” que te arranquen de este recuerdo de una eterna “muerte anunciada”.
Descansa en la más intensa de las paces.




