Cuando era pequeña pasó por mi mente un montón de veces: el porqué de los gritos de mi mamá, el porqué no me dejaba salir a la calle, el porqué de tanto insistir en que obedeciera sus palabras, en fin, cuestionaba todas sus decisiones y todas sus ordenes. Me parecía que en lugar de tener una mamá, me había tocado tener un sargento mal pagado (es la verdad, todos vimos en algún momento a nuestra madre de esa manera).
Siempre me cuestioné por que siempre decía que andaba cansada, porqué se enojaba por no recoger el plato de la mesa, porqué hacía circo, maroma y teatro para que tomara el medicamento cuando estaba enferma.
No neguemos que vimos a nuestra mamá y llegamos a pensar que tenía ojos en todas partes, incluyendo la espalda; veía si hacíamos caras detrás de ella, se daba cuenta cuando nos dolía algo, llamese físico, mental, incluso si se involucraba el sentimiento.
Cuando se es niño, no ponemos atención a los detalles importantes, como por ejemplo: las tantas veces que sacrificó su sueño porque enfermamos y mamá revisaba nuestra temperatura para tenerla bajo control y darnos el medicamento a la hora exacta; las ocasiones en que lavó a mano nuestras calcetas porque anduvimos toda la tarde con ellas puestas por toda la casa y el patio; nunca dimos importancia al pequeño detalle, ese de cortar nuestro pedazo de carne para que lo comiéramos y así nos evitaba que derramáramos algo o nos contáramos, aunque eso implicara que se enfriara su comida; las estiradas que le daba al dinero para que alcanzara para todo incluyendo nuestros antojos; no nos dimos cuenta en nuestra niñez que ella nos observaba jugar, aún cuando creíamos que no lo hacía; no nos percatamos de las lágrimas que salieron de sus ojos al saber que nos habían hecho daño; lo que le costó que nos aprendiéramos las tablas de multiplicar, que estudiáramos para los exámenes.
En nuestra niñez no sabíamos de todo eso y más, estábamos ocupados en nuestros propios intereses y en lo que ocurría en nuestro mundo imaginario.
No lo sabíamos y muchas veces pensamos que mamá exageraba en sus reglas, en sus órdenes, en nuestras obligaciones, en los límites, en nuestros modales, para terminar pronto, en su manera de educarnos, cuando lo único que a ella le importaba era formarnos como personas capaces, respetuosos de las reglas.
No sabíamos lo que hacía por nosotros, mucho antes de conocernos, todo su sacrificio, todo su empeño, sus ganas, no sabíamos que entregaba su corazón en todo lo que hacía y daba por nosotros; hasta que nos convertimos en madres,  hasta entonces supimos y valoramos cada detalle, cada segundo que nos regaló y nos sigue regalando.
No sabíamos que hubo ocasiones en las que por nuestras malas actitudes o acciones, le daban ganas de colgarnos del poste mas alto, para ver si entrabamos en razón.
No sabemos si nuestros hijos cuando crezcan nos verán con los mismos ojos con los que nosotros la vemos ahora, tampoco esperamos que reconozcan el esfuerzo y la voluntad que tenemos para hacer de su persona y su vida la mejor, pero algo si se puede tener seguro, que tenemos el mejor ejemplo, que no sabemos si lo superaremos, pero ella es nuestra mejor guía para no desviarnos del camino.
No sabía que ser madre es un gran pero gran trabajo mental, corporal y porque no sobrenatural, digno de valorar, reconocer pero sobretodo agradecer siempre; porque madre sé es todo el día y toda la noche, todos los días (incluidos sábados, domingos y días festivos).
Ustedes, como yo, que somos madres, cuando estemos viviendo con nuestros hijos momentos felices, desagradables, complicados, incomodos, difíciles, chistosos en fin, momentos con ellos, recordemos los que vivimos con nuestra mamá y en cuanto tengamos oportunidad y la tengamos de frente le decimos: No sabía, pero hoy ya lo sé lo valoro y te lo agradezco tanto.
		




