SIN EMBARGO.-  Se escuchó un balonazo que viajaba directo a la zona que me tocaba cubrir. En ese momento jugaba una cáscara como defensa en la única cancha donde el pellejo no se rifa “a lo macho”. Si en el futbol llanero se puede humillar al rival diciéndole que es un marica, aquí de hecho “ser niña” para nada significa rajarse a los trallazos del balón.

Hace unas horas una parte de morbo me hacía imaginar un espectáculo multicolor donde el maquillaje, los peinados o pelucas, el travestismo o cualquier etiqueta de “loca” aparecerían de inmediato.

—Muchos piensan que un jugador gay tiene que ser afeminado y no es cierto. La gente ve a un chavo muy varonil que juega futbol y no cree que sea homosexual —me decía Michel Arzate, delegado del equipo Argentina Gay, su corpulencia y altura cercana a los 1.80 metros contrastaba con la suavidad con la que hablaba.

Cuando llegué a la cancha de futbol rápido ubicada en la avenida 22 de Febrero, centro de la delegación Azcapotzalco, no vi uniformes con los colores del arcoíris. Era domingo, poco antes de las 5 de la tarde. Daba la impresión de que había varios equipos de pamboleros heterosexuales. Al acercarme a los jugadores del equipo Capital, saludé a varios jóvenes de entre 18 y 26 años de edad, todos ejercitados y vestidos como futbolistas profesionales con el uniforme del Arsenal. Calentaban para su partido en una de las mitades del terreno asfaltado. Dominaban el balón, disparaban a la portería y cimbraban la malla ciclónica detrás del portero. Me fue muy difícil percibir sus rasgos amanerados. Sólo al acercarme a Jesse Abissait —el entrenador del equipo— pude ver sus cejas perfectamente delineadas y un suave movimiento de sus manos, los únicos indicios que me permitieron notar su lado femenino.

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