ABC.- Como una fiesta de canonización por adelantado, el Papa Francisco se ha reunido el sábado con veinticinco mil voluntarios, a los que ha dicho: «Mañana tendremos la alegría de ver a Madre Teresa santa. ¡Se lo merece!». Esas personas sonrientes, venidas de todo el mundo, encarnan la herencia de la «santa de los pobres».
El Papa estaba muy a gusto con ellos en la plaza de San Pedro y les hacía notar que su trabajo vale mucho más de lo que piensan pues «la credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales…».
En su recorrido previo por la plaza había subido al «papamóvil» a seis jóvenes voluntarias africanas, orgullosísimas de sus uniformes. Le aplaudían y le escuchaban voluntarias y voluntarios de todas las razas, muchos de ellos con sus uniformes, desde las cocineras hasta las personas que hacen el payaso —terapia de la risa— para distraer a los enfermos, o los bomberos y gendarmes del Vaticano, que han bajado desde Amatrice, donde están desde el primer día ayudando a las víctimas del terremoto.
Con palabras fuertes, dirigidas a los católicos del mundo entero les ha dicho que «la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano ‘pasar de largo’ y pretender tener la conciencia tranquila solo porque se ha rezado».
Eso no significa que no deban rezar, pues también les ha invitado a «hablar con el Señor de todo lo que hacéis. Llamadlo. Haced como la hermana Mary Prema -la superiora general de las Misioneras de la Caridad-, que golpea la puerta del sagrario. ¡Qué valiente!».





