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Huérfanos. Así nos deja el colombiano Gabriel García Márquez tras su partida.Debemos prepararnos pero no, hay estábamos nosotros sus lectores voraces creyendo que Gabo nos iba a ser eterno, como su obra misma

news_photo_50932_1396552234_630Pero no, y la noticia nos carcomió el alma a los que crecimos leyendo sus relatos fantásticos: los que supimos de los amores arrebatados de Fermina y el doctor Juvenal Urbina, la locura de José Arcadio Urbina -el primero que murió abrazado a un árbol- de la necedad del coronel Aureliano, los funerales de Mamá Grande y el sueño de Delgadina, en su más reciente «Memoria de mis putas tristes».

Me reconozco como una enferma garciamarquesiana. Desde los 11 años me sentí como en casa en ese mundo de vírgenes que volaban al cielo, asesinos con cara de ángel que mataban a abuelas desalmadas, coroneles a los que ni de broma les escribían y recién casadas que se desangraban en la nieve y niñas momias aspirantes a ser Santas.

Con su fantástica imaginación don Gabo me llevó, como a millones de lectores más en el mundo, por un mundo donde la real se mezclaba con lo extraordinario, los próceres con los asesinos, los locos con los políticos, las putas con las santas y en general una mescolanza que sólo el colombiano, ganador de un premio Nobel y de la admiración colectiva, pudo haber realizado con tanto éxito.

Hijo de un telegrafista, periodista nato, cronista puntual de un América desangrada y corresponsal de los pobres, García Márquez murió y nos dejó huérfanos de su sonrisa plena, su dedo medio, su flor en la solapa y más historias inverosímiles que sólo él y nadie como él pudo haber contado.

Y aunque en todo su derecho están su viuda Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo de incinerarlo, nosotros, sus otros huérfanos, no podemos dejar de sentirnos lastimados por no poderlo honrar con unos funerales tan grandes como los de Mamá Grande.

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