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 Los ciudadanos de hoy son los mismos de hace 10 años, distintos en su manera de pensar y de percibir su entorno. Porque los desafíos que ha enfrentado han mancillado, han marcado sus vidas y las de sus familiares, con un efecto social insoslayable. Ante lo cual no hay palabra ni discurso, quizá una lectura de un buen texto ha podido aliviar en parte, la tragedia cotidiana de los tamaulipecos en la última década.

Con algunas excepciones, pero la mayoría de los tamaulipecos han sido víctimas de la violencia. La muerte ha sido su acompañante en su existencia. Parece haber llegado para quedarse en los hogares de fronterizos, porteños y burócratas.

Empresarios, campesinos, estudiantes, niños y mujeres, han sido testigos del dolor y de la angustia, que provoca tener a un pariente plagiado. O confirmar que el cura de la parroquia atardeció y no amaneció. Lo más grave, que ni el obispo ni sus familias, menos sus parroquianos sepan de su paradero.

Lo mismo le sucedió al profesor de la escuela rural, al director de la secundaria, al comisionado o al delegado de la dependencia federal. Al obrero que salió de su casa para ir en busca del peso, que le permitiría ayudar a su hija que el año anterior inició su carrera profesional.

Al dueño del granero más grande también se lo llevaron, pero a él sí lo regresaron, porque además de capital, tenía amigos influyentes que intercedieron para que lo soltaran.

Pero cómo don Ernesto no tiene ni abuela, estuvo ocho horas atado de pies y manos, vendado de los ojos, cautivo cuando regresaba de ordeñar las tres vacas que le quedaban.

Su suerte la compartió con la maestra de la escuela, que ese día no llego al plantel, porque también se la llevaron, apareció dos días después ultrajada. Desde entonces sigue un tratamiento con un loquero, porque tiene dificultades para conciliar el sueño.

El grito de estas víctimas sigue clamando al cielo, porque en su juicio creen que abajo esta quien arrea pero arriba quien reparte. Su caminar es encorvado, no tienen fuerza para levantar la cabeza, porque el cautiverio de una década les trajo, todos los males.

Muchos no lloraron a sus muertos, porque jamás aparecieron, pareciera que la tierra se los trago sin dar tiempo a la cristiana sepultura. Desde entonces la adolecente ahora joven sujeta entre su pecho la imagen borrosa de su padre, al que buscó hasta el hastío, pero que jamás encontró.

Es el escenario, la nueva sociedad fortalecida por el dolor del espíritu. Contraria al “político” que lleno sus alforjas con dinero para paliar la muerte de su pariente, asesinado a leñazos.

Ante este panorama, veremos cuál será el discurso de quienes aspiran a un puesto de elección popular, en las elecciones de este año en esta entidad. Ante los ciudadanos que desconfían del tufo oficial. Porque fue en el ministerio donde dio más vueltas que un macho de molienda y jamás le dijeron le dieron una pista, una versión certera de su pariente desaparecido.

Aunque la compra de intenciones parece recurrente en quienes se promueven para un cargo de elección popular, la sociedad ha cambiado. Es más exigente, pero sobre todo porque este 2016 asistirán a las urnas, los hijos de los plagiados, las hijas de los asesinados, las esposas de los cautivos, los hermanos del desaparecido.

A esos desheredados de la historia, son a quienes los que buscan un hueso, tendrán que convencer.

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