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Pareciera que los partidos políticos estuvieran indolentes por el dolor que han dejado en más de una década a los pueblos y ciudades tamaulipecas, pero más allá de esto se les percibe rebasados por el enfado de los ciudadanos inconformes con los renglones de una historia deplorable, que se niegan a escribir.

Y por si fuera poco, los actores de la política, ajenos a la crónica de la muerte, de la sangre de propios y extraños. Invocan el regreso de esta con sus “pestes electorales”, que afloran en sus discursos secos, indigeribles, ofensivos y lastimosos.

La peste de la sangre, del reclamo de los muertos que no alcanzaron una santa sepultura, que no fueron identificados y por lo mismo quedaron en la fosa común. Sí, parientes de aquella mujer que vio rebanada la suela de sus zapatos, por ir y venir a la fiscalía donde no encontró un pizca del paradero de su hija.

Es la peste de la impotencia y del valor, para la búsqueda incesante de unos restos que no han consolado el sueño, en días, meses y años. Que una palabra o un discurso lo toman como un insulto, como una ofensa que no justifica una disculpa.

Indolentes con el daño y la lesión, se atreven hoy a tocar la puerta de la vivienda, de la residencia y entrar al barrio, a la colonia, al poblado o al fraccionamiento. Ignorando el duelo de los ciudadanos.

Como si fuera insuficiente el sufrimiento de los civiles, los que buscan gobernar esta entidad, conforme se acerca el día de la elección sin respeto a quienes los elegirán, ventilan las pestes del descredito. Y cuando se llegan a topar, sin el menor escrúpulo y sí con el cinismo propio de una política mal entendida, se palmean y se funden en abrazos, como si sus pestes no ofendieran a los ciudadanos.

Sólo con el hecho llevar al escenario nacional, las miserias de sus historias lesivas y ofensivas, invocan la pena ajena de quienes buscan conquistar con su métodos arcaicos y tradicionales de un convencimiento impuesto.

Sus propuestas dejaron de ser la oferta que los ciudadanos demandan, porque ninguna se deriva de las necesidades básicas. Sus respuestas son evasivas porque carecen de sustento. Están hechas desde la perspectiva de la dominación nunca desde la inclusión.

El ciudadano es sufragio no una persona para ellos. Porque la dignidad del ser fue relegada por los apetitos propios del poder público, lo demás lo han metalizado. Por eso su frivolidad ante el reclamo y la exigencia de una sociedad cada vez más pujante en la defensa de sus derechos, los ponen en el paredón de los indeseables.

Lo que obtienen con sus rancias campañas, de la tambora, la bocina, la botarga, la dadiva y el tianguis de promesas. Es el rechazó. Los siguen quienes les cubren un salario. Y los aclaman quienes buscan un “hueso”. Creen en ellos quienes se sienten cercanos. Al final son una decepción. Porque la sociedad, los que votan, los perciben lejos, fríos, insensibles.

Por cierto, muchos priístas se cuestionan si en realidad el dirigente nacional de ese partido le vino a ayudar al candidato del tricolor o le dió el tiro de gracia, porque sus señalamientos, no se ve por ningún lado en que fortalecieron a las huestes priístas.

También hay priístas que especulan que el dirigente nacional esta desinteresado en que los resultados sean boyantes para su partido en la recta final en esta entidad. En el entendido de que no fue el candidato de sus preferencia. Lo grave de esto, es que no sólo se escucha decirlo a los que traen la playera del tricolor, sino a quienes laboran en la administración estatal y municipal y gozan de una jugosa nomina.

El que no se repone una y ya le salen con otra historia, es el candidato azul, a quien ya empezaron a aflojar en las redes sociales. Para ese trabajo sus contrincantes hicieron una relevante inversión con empresas extranjeras.

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