El proceso electoral del 2016 plantea desafíos importantes para los participantes en el. Ya sean aspirantes, candidatos, autoridades electorales, magistrados, consejeros, fiscales, representantes de partidos políticos, ciudadanos en edad de sufragar en las urnas y en condiciones de postularse así como militantes partidistas.
Que tiene como plataforma una legislación electoral creada al antojo de la fracción con mayoría en el órgano legislativo, legislación a la que los partidos con menos representación busca sacarle raja, a pesar que su influencia en la elaboración del código electoral fue mínima.
Y no obstantes a las nuevas figuras que se desprenden de la legislación, los partidos políticos ven con extrañeza y hasta con desdén. Quizá porque representan motivos de preocupación respecto a su situación ontológica.
Ya que aunque las candidaturas independientes, consideradas en el nuevo código electoral parecieran intrascendentes, porque la presencia de 3 candidatos registrados que compitieron en la elección federal del 2015 en los distritos de Madero, Nuevo Laredo y Matamoros. No modificaron la numeraría de los votantes participantes.
Pero el hecho de que en ese primer “ensallo democrático” la participación de los candidatos ciudanizados no hayan remontado el porcentaje de la participación, según la estadística del árbitro electoral, de ninguna manera se fue determinar que la candidaturas independientes carecen de sentido en la última reforma electoral.
Por ese motivo resulta necesario que los partidos hagan una reflexión sobre su oferta a los electores inscritos en el padrón y en la lista nominal, pero sobre todo, que tengan capacidad para demostrar a los votantes, que sus métodos para seleccionar a sus candidatos son cada día más refinados.
Sin embargo, resulta contradictorio que en el actual proceso, al menos en esta entidad, los partidos estén mostrando incapacidad para que los propios militantes elijan a sus candidatos. Y como resultado tengan un candidato surgido de los estatutos y no de las bases partidista.
Totalmente contrario a la social democracia que reclama la población electoral o al menos así se entiende la efervecencia de los ciudadanos inscritos como aspirantes a ser reconocidos como candidatos independientes, legitimados y no, porque algunos de los 65 prospectos a esa figura electoral, han militado o traen la marca de algún instituto político.
Además habría que agregar el plus que algunos de estos representan, porque sin una estructura como la de los partidos, que sólo con prerrogativas y recursos “extraños” movilizan pueblos enteros. Los independientes sin un solo centavo tienen capacidad de una movilización espontanea, con la que simpatizan afiliados y no, con esa nueva figura electoral.
Lo trascendente serán los resultados de los independientes en las urnas y prosperen en sus aspiraciones. Sobre todo porque se supone que los votos que esta figura lleva a las urnas, oxigena los procesos electorales, porque se supone que genera nuevos votantes.
De manera que si se repite el fenómeno de los tres independientes que participaron en la elección del 2015, en el sentido de que no habrían atraído nuevos electores a las urnas, sino que mermaron votos de los candidatos postulados por los partidos políticos. Entonces estamos asistiendo a un nuevo escenario, que pone en la encrucijada a los partidos. Pero en el mundo de las suposiciones se cree que son la inercia de una sociedad inconforme y apática con el sistema y las practicas partidistas.