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El descenso de la aceptación de los jefes de estado y gobernantes, se ha generalizado en las últimas décadas, sin importar ideologías y partidos. Los ciudadanos son más severos en sus críticas y en sus prácticas para deponer a sus representantes. De moda esta que los gobernantes dejen los cargos por presiones de carácter social en los que indistintamente hay un fondo político. O bien hay intereses de corrientes contrarias que abrevan las inconformidades ciudadanas.

Pero también en estos tiempos en que la comunicación es más fluyente, los ciudadanos son más exigentes, sobre todo influidos porque disponen de información más completa. Y por lo mismo sus juicios son inquisitorios.

Sumado lo anterior al fracaso de la mayoría de las economías del mundo, tenemos entonces que ninguno de los jefes de estado escapan de ser enjuiciados por una sociedad demandante y exigente. Con capacidad de juicio, porque su ejercicio está basado en la información que fluye por diversas vías, con una pluralidad de corrientes ideológicas.

Así tenemos que hasta antes de la era de la comunicación, o de las redes informativas, los gobernantes solo tenían la influencia o presiones de la prensa escrita y electrónica, cuyos “dogmas” se mantienen pero la vigencia era efímera. A diferencia del fenómeno viral de los nuevos métodos de la comunicación.

Pero además las circunstancias del universo le permiten a los ciudadanos disponer de las premisas necesarias para justificar, criticar, cuestionar y enjuiciar a sus jefes de estado, nación o hechos de la vida cotidiana.

Es coyuntural para los gobernantes mexicanos, que parecieran carecer de la karma, suerte o como se le quiera llamar, a la oportunidad para desempeñar un papel destacable, en las responsabilidades que los mismos ciudadanos les confirieron en un determinado tiempo a un jefe de estado o nación, pero así como es de cambiante el cosmos, también los son los seres vivos, cuyas respuestas son indescriptibles, ya que no siempre responden a los mismos estímulos y motivaciones.

En este caso, la realidad es que las circunstancias no han favorecido a la mayoría de quienes gobiernan los pueblos del mundo. Y pareciera sorprendente que la inconformidad de una buena cantidad de mexicanos con su presidente, es una reacción similar de los brasileños con su ministra depuesta. Que no está lejos de la historia del ex ministro británico.

Lo cual no tiene porque convertirse en un código de justificaciones de gobernantes cercanos a esta región, en la que las demandas sociales, siguen siendo el talón de Aquiles y resulta imposible seguirlas silenciando con una despensa, un bono agrícola o una beca estudiantil.

Que si la visita de Trump o Hillary bajan o incrementan los bonos del primer mandatario mexicano, visto desde el ojo del campesino, en nada cambian la percepción para los mexicanos.

Lo cierto, es que no deja de ser un distractor en torno a la presentación del cuarto informe presidencial. Acotado por las circunstancias de los mercados de los hidrocarburos. Ante un mercado cambiario que no abona a las finanzas de los mexicanos. Desafortunado por una economía incipiente y baja en expectativas. Sin certidumbre de las perspectivas de crecimiento en el renglón del empleo y limitante en las tareas sociales y educativas. Dos de las herramientas básicas para el desarrollo de cualquier pueblo o nación. Con un sector primario deprimido por las alzas de las materias primas, como son los carburantes.

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