Nacemos, crecemos, vivimos, nos reproducimos y vivimos con el eterno malinchismo de “lo que compramos en los Brownsville-McAllen-Harlingen” (porque para los de este lado ahí se acaba Estados Unidos) es un único bueno, bonito y barato. Y ni siquiera el dólar rozando perversamente los 16 pesos nos detiene. ¿Por qué no comprar lo hecho en México? Les contare lo contradictorio de esto, los productos mexicanos se venden en el extranjero en precios altísimos y son sumamente de mandados. Bolsas hechas a mano, alfarería, vestidos de manta, los rebozos e incluso la cerveza de la tiara masculina son vendidos hasta por ¡5 veces su precio! Pero claro, si una aquí se pone un vestido de manta se cree Lola Beltrán o Frida Kalho (dependiendo del físico). Aun así, lo paradójico es que semanas de la moda en Paris, Nueva York o Milán e incluso portadas de revistas como Vogue o Cosmopolitan dedican artículos completos a lo preciosamente manufacturado por artesanos nacionales. Por el lado que lo veamos el comprar lo que es hecho en el país es un beneficio para todos y cada uno de nosotros; el producto interno bruto aumenta, el circulante de efectivo incrementa, se mantienen los empleos, se realiza una demanda de lo rendido en la nación, se ayuda a los patriotas y sobre todo ¡se siente bien bonito ponerse lo que se hizo en nuestro preciosa tierra! Tomen, coman, usen, gasten, elaboren, comercialicen, vendan productos HECHOS EN MÈXICO.
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